Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), pasaron por el Ejército Rojo entre 800.000 y 1.000.000 de mujeres (siendo 800.000 el número oficial). Muchas de ellas se alistaban voluntariamente, pues su educación les impedía volverle la espalda a la patria y dejar que combatieran los hombres mientras ellas se mantenían pasivas, esperando en el hogar.

La guerra no tiene rostro de mujer es el título del libro de la ganadora del Nobel Svetlana Alexiévich (Ucrania, 1948) en el que narra, a modo de diminutas crónicas unipersonales, la experiencia de las mujeres en el Ejército Rojo y en las organizaciones clandestinas, como los partisanos soviéticos. En esta entrada no nos ocuparemos, sin embargo, de reseñar el libro, sino de extraer la información que nos resulta más interesante y que consideramos que todo el mundo debe conocer: lo vivido por estas mujeres en un mundo que característicamente ha sido solo de hombres: la guerra.

El duro camino hacia el combate

Una tónica general en los relatos de las mujeres a las que entrevistó Alexiévich es lo mucho que tuvieron que perseverar para conseguir ser alistadas en el ejército. La mayoría de ellas afirman que se dirigieron a las oficinas de reclutamiento en cuanto escucharon que había estallado la guerra, y todas ellas recuerdan lo que estaban haciendo cuando recibieron esa devastadora noticia: saliendo de un examen, celebrando su cumpleaños… Para ellas luchar no era una opción, pensaban que la Unión Soviética merecía su fuerza y su sacrificio, pero en las oficinas de reclutamiento los hombres no parecían compartir estos desgarradores sentimientos.

A menudo fueron rechazadas por ser demasiado pequeñas o delgadas, por parecer enfermizas o por considerarse que no serían de utilidad en el frente. A algunas de ellas les dijeron frases como “ya iréis vosotras cuando no nos queden muchachos” o “qué va a pensar de nosotros el enemigo si desde el principio del conflicto ya luchan chicas con nosotros”, y las mandaron para casa con las manos vacías. No obstante, todas ellas perseveraron, volvieron día tras día realizaron cursos de enfermería, telegrafía o incluso ingeniería para poder ser de utilidad en el ejército. Una de ellas llegó incluso a hacer huelga de hambre para ser admitida, consciente de que su habilidad de conductora de tractores sería útil. Algunas mintieron sobre su edad, llegando a alistarse con 14 años. Todas ellas al final consiguieron su objetivo: fueron admitidas en el ejército. Acudieron al frente felices, cantando canciones patrióticas, a pesar de que lo peor estaba por llegar.

La mujer y la vida del ejército

La mayoría de las participantes en el libro cuentan cómo los hombres las trataban, en general, como a unos compañeros más. Muchas resaltan que las trataban “como si fueran chicos”, aunque sí es cierto que en muchas ocasiones se habla de que las protegían de un modo especial, con celo, del enemigo. Sin embargo, donde encontraron las mujeres soldado las mayores dificultades fue en la propia organización militar, que estaba pensada para hombres: hasta muy avanzada la guerra no se fabricaban botas militares para mujeres, y usar las de hombres, enormes para sus pies, hacía que en muchas ocasiones sufrieran congelaciones.

(La Izquierda Diario)
(La Izquierda Diario)

Tampoco se fabricaba ropa interior de mujer, por lo que se las suministraba con calzoncillos, y no se les daban mudas extra, sino las mismas que a los hombres, a pesar de que no tenían material higiénico para su menstruación. A este respecto, una de ellas narraba que tenían que cortar pedazos de las mangas de sus camisas (de las que tampoco tendrían más hasta que les correspondiera) para utilizarlas como productos de higiene íntima. Otra de ellas narra cómo a algunas, durante una marcha, les caía la sangre por las piernas, mientras todos los hombres trataban de ignorarlo para no hacerlas sentir incómodas, y muchas de ellas afirman que al final el periodo acababa desapareciendo a causa de la mala alimentación, el agotamiento y el estrés.

Otro de los aspectos que se menciona en el libro es el de la belleza estética, que muchas de ellas echaban de menos, pues de un día para otro se habían tenido que acostumbrar a vestir ropa de hombre, llevar el pelo como un hombre y comportarse como tradicionalmente se creía que se comportaban únicamente los hombres. Una anécdota que me resultó tierna y divertida fue la de una mujer que narraba que su comandante, un hombre muy liberal, se había apiadado de ellas y había traído a una peluquera para que les tiñese el pelo y maquillase, a pesar de estar contra el reglamento. Otra narraba cómo, cuando nadie la veía, se ponía un par de pendientes, según aseguraba, “para sentirse mujer”. Sin embargo, en una ocasión se le olvidó quitárselos para entrar en combate, por lo que recibió un castigo.

El dolor de la vuelta a casa y la victoria

Personalmente, la parte del libro que más me impactó fue la que habla de la vida de estas mujeres después del conflicto, una vez alcanzada la esperada victoria. En primer lugar, y al igual que los hombres, tuvieron que lidiar con todo tipo de traumas y enfermedades físicas crónicas, pero además ellas tenían una desventaja añadida: el estigma social. A pesar de lo que podría parecer en una sociedad tan patriótica, y de que al fin y al cabo ellas habían defendido a los campos y familias soviéticas del mismo modo que sus compañeros masculinos, no fueron percibidas de la misma manera.

Por un lado estaban los hombres, que afirmaban que no veían a las mujeres del frente como a personas con las que casarse, puesto que las consideraban compañeros, las percibían como a hombres. Si bien muchas de ellas se casaron en el frente o inmediatamente después con soldados junto a los que habían combatido, en esos casos eran las familias de los hombres las que ponían las pegas. Una de ellas cuenta que, cuando conoció a su suegra, esta le afirmó que “por su culpa nadie querría casarse con las dos hermanas pequeñas de su marido”, pues era una deshonra pertenecer a una familia en la que un hombre se había casado con una mujer militar, por lo menos en algunas zonas. Por su parte, muchas de las mujeres pensaban que las mujeres se habían alistado en el ejército para ligar, para “acostarse con sus hombres”, como si tuviera algún tipo de sentido jugarse la vida a diario y contemplar todo tipo de horrores para conseguir parejas sexuales.

En definitiva, podemos observar que, a pesar de que la mujer esté poco a poco introduciéndose en mundos que típicamente se han reservado a los hombres (siendo la guerra el ámbito masculino por excelencia a nivel histórico), siempre se encuentra con enormes dificultades añadidas, tanto antes como durante y después. Pero ¿qué pasaría hoy en día, si estallara un conflicto del mismo calibre en Europa, en nuestras casas? ¿Cómo actuaríamos las mujeres y, lo que es más importante, cómo reaccionaría el mundo ante nuestras determinaciones?

3 comentarios en “La guerra no tiene rostro de mujer

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Perfiles en Redes Sociales