Aunque pueda resultar políticamente incorrecto decirlo, es imposible no tener una preferencia, por pequeña que sea. Y esto aplica también a hermanos, primos, amigos, abuelos y toda dicotomía que obligue a elegir entre dos personas importantes en la vida de alguien.

En España, tanto el Día del Padre como el Día de la Madre están estrechamente vinculados a la tradición religiosa. El primero se celebra coincidiendo con el santoral de San José Obrero —19 de marzo—, mientras que el segundo se trasladó de fecha a mediados del siglo pasado: del 8 de diciembre —festividad de la Inmaculada Concepción— al primer domingo de mayo, en referencia, igualmente, al mes dedicado a la Virgen María.

La pregunta que da título al presente artículo no es sino el eterno dilema que asalta cualquier núcleo familiar biparental encabezado por una mujer y un hombre. Desde bien pequeños, siempre surge algún tipo de voz que nos plantea si somos más de uno o de otro. En el cole, en casa de los abuelos, en las reuniones con los primos y tíos… o, sencillamente, dentro de casa. ¿Y por qué nos obligan a elegir, como si esto fuera de si pizza con piña o sin ella? ¿Por qué tenemos que discriminar entre las dos personas, probablemente, más importantes de nuestra vida?

La realidad es que esta discriminación ya se produce de manera inconsciente. Podríamos pararnos a analizar los incontables estudios psicológicos que se han realizado sobre esta materia, pero es preferible ceñirnos a la experiencia propia. Pensemos en dos personas que tengan para nosotros el mismo estatus social; por ejemplo, los dos amigos con los que más salgamos. Lo importante es que, a priori, no sepamos poner a uno por encima del otro en aprecio personal. Ahora, vamos a formular la pregunta de otra manera: ¿con cuál de ellos hablamos más? ¿A cuál le contaríamos primero un éxito o un fracaso? ¿A quién vemos con más frecuencia, incluso si la diferencia es de un solo día o de unas horas?

Estas cuestiones no son aleatorias, sino que influyen enormemente en la percepción de cercanía hacia una de esas personas frente a la otra. Y esto no quiere decir que aquella que se haya quedado por debajo sea menos querida. Otro ejemplo empírico se encuentra en las mascotas: un perro o un gato desarrollará más proximidad hacia quien pase más tiempo en casa, aunque reciba con el mismo cariño a quien rara vez la pisa. Por tanto, de la interacción directa dependerá que tenga más confianza con una o con otra persona.

Una niña de la mano de sus padres. 

Una experiencia personal

Me voy a permitir hablar de mi caso concreto. Con una madre que es ama de casa y un padre transportista, pocos dudarían de que la elegida iba a ser ella. Algo tan simple como desnudarme en la playa —siendo una de tantísimas personas repletas de complejos sobre su cuerpo, especialmente en la infancia— variaba en gran cantidad según quien estuviese conmigo. Incluso, la inocencia de un niño de 10 años me llevó a asegurar en alguna ocasión que papá era “la segunda persona a la que más quiero”, provocando la preocupación de mamá. ¿Pero esto por qué? Porque de ella no me separaba, y a él lo veía unas cuatro horas al día entre semana. Esa es la única razón. ¿Y, realmente, los quería a ambos por igual? Por supuesto.

Lo mismo podría decir de quienes tenemos dos hermanos —en mi caso, hermanas—, con el añadido de que, además, sean mellizos. Incluso estando juntos prácticamente todo el tiempo, sigue existiendo una cierta preferencia que, esta vez, tiene que ver con quien haya más tema de conversación. Lo que está claro es que esta selección es totalmente natural y normal y que no se trata de querer más o menos a nadie. Quizás debamos dejar de preguntar a quién queremos más y cambiarlo por “¿con quién tienes más afinidad?”, que sería lo realmente adecuado. Pero hasta que esto suceda, ya sabemos cómo argumentar si somos más de papá o de mamá.

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