La comedia con pequeños tintes dramáticos premiada en el Canneseries llega directamente a Filmin desde Noruega el día 1 de marzo

De la mano de Filmin, estamos nuevamente de vuelta a la tierra de los fiordos, donde nos encontramos con Countrymen, una dramedia (con matices) que confirma a este país como uno de los más interesados en contar historias con perspectiva racial y los problemas que esto supone para algunos habitantes, mayormente rurales, que no se caracterizan precisamente por un alto grado de tolerancia.

Countryman cuenta la historia de Marwen el cual, recién enviudado, decide secuestrar a su hija de manos de sus abuelos con el fin de llevarla a Irán. Sin embargo, todo se torcerá cuando, por un cúmulo de infortunios protagonizado por sus pasaportes, acabarán en una granja con otros tres compañeros musulmanes haciendo queso halal (es decir, permitido por la ley islámica) como tapadera a algo mucho más grande y delictivo.

Una mezcla de ideas no demasiado clara

Desde la perspectiva cómica, las cartas van a estar sobre la mesa desde el principio. Se exponen conversaciones nimias con el fin de desarrollar a los personajes desde la vacuidad del diálogo, siguiendo modelos de conversación como los que ya propuso Tarantino en sus primeras películas: no decir nada que ayude a la historia, pero que lo que digan sobre esa nada ayude a definir los personajes. También tenemos un tipo de comedia slapstick, muchas veces centrada en lo físico, que rememora a la típica “comedia francesa del año” que suele aparecer unas cinco veces cada año. Además, se ayuda de sus personajes musulmanes para hacer humor con tópicos islámicos.

Countrymen (2021). Filmin.
Countrymen (2021). (Filmin)

Estamos, por tanto, ante una comedia que va cogiendo algunos préstamos de numerosos ejemplos. Una comedia que no es nada costumbrista y que da pie a un humor bastante general y globalizado, con el fin de que sea accesible para la población de otros países. De hecho, en España nos resultará muy familiar.

Narrativamente también introduce diferentes técnicas heredadas (o más bien imitadas), como la ruptura de la cuarta pared relativamente innovadora, pero no es algo que se pudiese parecer a The Office (2005-2013) por citar un ejemplo, sino que los personajes aparecen hablándole a la cámara fuera de escena mientras cuentan cómo se sienten sobre la escena en cuestión; una técnica que curiosamente no corta el ritmo durante las primeras veces, pero que acaba por cansar debido a su excesivo uso y a la necesidad que tiene el guion de sobreexplicarlo todo, tratando por simple al espectador cuando ni siquiera la serie es tan elaborada como para que exista la necesidad de aclarar algo.

La serie quiere mantener en todo momento la sensación de agilidad con movimientos de cámara rápidos y transiciones entre escenas agitadas. Todo esto hace pensar que pretende acercarse, en cuanto a tono, a El lobo de Wall Street (2013), algo que parece una locura puesto que no estamos hablando del mismo territorio audiovisual, pero que se clarifica en cierta manera cuando uno de los personajes cita directamente esta obra.

Cada vez que la serie se pone juguetona en el ámbito técnico, da la esperanza de que nos va a llevar ante un divertimento rápido y canalla como la ya citada película, algo que por desgracia nunca llega a pasar. Poco a poco, todas estas técnicas se van intensificando hasta incluso empezar a simular el marcado estilo de Guy Ritchie. La serie, por tanto, tiene innumerables referencias, pero no consigue que su autor se alce como una nueva voz a tener en cuenta, sino que al final se ve como un simple imitador al que todo este batiburrillo le viene grande.

La fallida oscilación entre la comedia y el drama

Si hay algo que destacar, estas son sus actuaciones, que manejan con solvencia y en ocasiones de manera bastante brillante a unos personajes manidos que no generan demasiado interés y son simples marionetas durante el rumbo zigzagueante que tiene la serie, que impide aclarar si quiere ser una comedia o un drama, y mucho menos aclara de qué tipo quiere ser dentro de cada género.

En la parte de comedia hace uso de los tópicos derivados del choque cultural que pedía a gritos un humor mucho más bestia y no tan family friendly, provocando un humor blanco que no le hace ser transgresora y que dejan al que está escribiendo estas líneas con ganas de usar esta serie para refutar el tópico de que ciertas comedias no se podrían hacer hoy en día. Existía la esperanza de que estuviésemos ante el humor negro sobre terrorismo que ya propuso Four Lions (2010) años atrás, pero con el paso de los capítulos es algo que se disipa.

Se fuerzan diferentes situaciones con el fin de mostrar un humor basado en malos entendidos y, en definitiva, facilón. Un humor que no acompaña a la trama, sino que la trama se arrodilla ante la necesidad de mostrar este humor del que intenta hacer gala, siendo así una comedia muy ingenua, sin un ápice de mala baba que, si nos vamos a terreno patrio, necesita parecerse a Fe de etarras (2017), pero que no lo consigue en absoluto.

Mientras, la parte dramática va intensificándose hacia el final, donde habrá escenas que tratarán el racismo de una manera dura, escenas que son interesantes si se ven de forma individual a la obra, pero que siendo parte de un todo son escenas que dan la sensación de ser impostadas, que se salen de un tono que ya de por sí no está demasiado claro. Es en el último capítulo cuando nos dan unas situaciones más dramáticas de lo que veníamos viendo, pero que sigue haciendo que aparezca el mismo problema que ha estado sobrevolando toda la serie; la mezcla de géneros ni es homogénea (porque el guion nunca se lo permitió), ni acaba de funcionar. Y, en los últimos minutos, por primera vez en toda la serie, se consigue hacer un chascarrillo con un momento dramático que por fin consigue sacar media sonrisa por medio del humor negro que se necesitaba desde el principio, pero, sin embargo, ya es demasiado tarde.

Asisto un poco decepcionado, mayormente por culpa de mis ideas pre visionado que buscaban cubrir la necesidad de una comedia ocurrente, sin complejos y, sobre todo, sin miedo de usar cierto tipo de humor para tratar temas escabrosos. Pero me encuentro con algo que tiene miedo de levantar ampollas y ese recelo no combina con lo que pretende contar la serie. El temor a “que hablen de mí, aunque sea mal” condena a la serie, porque, de haber sido lo contrario, habría creado un revuelo en torno a ella que la habría convertido en un fenómeno (sobre todo en redes sociales) y habría tenido un boca a boca que la hubiese convertido en un éxito de audiencia tremendo. Pero, claro está, todo esto son conjeturas, y al fin y al cabo lo que de verdad tenemos aquí es un menú ligero que te deja decepcionado con el restaurante.

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